sábado, 29 de diciembre de 2007

Leer Libera: Entrega XXII ( Cuentos de Navidad y Año Nuevo - Cuentos de Navidad y Reyes)


¡Es la peor de las épocas!

¡Es la mejor de las épocas!

¡Es el tiempo de la locura!

¡Es el tiempo de la lucidez!

¡Es el invierno de la desesperación!

¡Es la primavera de la esperanza!

¡No tenemos nada ante nosotros!

¡Lo tenemos todo ante nosotros!

¡Es Navidad!

Charles Dickens

Para ser congruente con la época y los tiempos que corren, hoy les envío un par de textos de la escritora española, Emilia Pardo Bazán, fallecida en 1921. Son dos libros de cuentos bastante cortos, que tienen como eje central la Navidad y el Año Nuevo. Creo que son ideales para estos días y de paso para conozcan parte de la obra de una de las mujeres más importantes de la lengua castellana, quienes no estén muy metidos en el mundo de la condesa gallega. Así, encontraran narraciones donde el purgatorio, el infierno, los fantasmas y las apariciones habituales del imaginario de la autora católica se trocan en elementos sobrenaturales directamente vinculados a lo divino. ¡A disfrutar pues!

Quiero aprovechar esta última entrega de Leer Libera del año 2007, para desearles que el año nuevo traiga consigo la esperanza y la alegría que necesitamos para que en nuestros corazones crezca la bondad, la sinceridad, el amor, el ferviente deseo por construir cada día, cada minuto, un mejor mañana.

¡Que la paz y la prosperidad iluminen tu hogar en este Año Nuevo!

Ciao

Omar

domingo, 7 de octubre de 2007

Leer Libera: Entrega XXI (La enfermedad y sus metaforas)


Hola, el libro que hoy te envío es uno de esos textos, que toda persona debería leer antes de morir. Sobre todo, quienes hemos tenido familiares y amigos con diagnósticos (presuntivos o confirmados) de Cáncer o Infección por VIH. Por lo menos, así lo creo. Es un ensayo. Lo leí en noviembre de 2006, en Cartagena. Pero debo reconocer que no es un libro fácil de leer. Por muchas razones: por su lenguaje, por la posición política de su autora, por la manera como nos confronta con nuestros prejuicios, sobre todo a quienes de alguna manera tenemos relación con el sector salud y deberíamos ser los más abiertos frente a la carga ideológica y religiosa con que se lastran algunas enfermedades.

El texto del que hablo es, La enfermedad y sus metáforas de la escritora estadounidense Susan Sontag. Realmente este texto, es la compilación de dos de sus ensayos más importantes: La Enfermedad y sus metáforas (1978) y el Sida y sus metáforas (1989), revisados por su autora en 1992.

Al inicio de su libro, Sontag habla de la enfermedad como el lado nocturno de la vida, como una ciudadanía incómoda, y añade: “La enfermedad es el lado oscuro de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar.”

A partir de aquí, la célebre ensayista norteamericana se adentra en el análisis, no de las enfermedades físicas en sí mismas, materia que corresponde a médicos y científicos, sino en el uso que se hace de la enfermedad como figura o metáfora ligada a nuestra existencia: «aclarar estas metáforas y liberarnos de ellas es la finalidad a la que consagro este trabajo». Tal pretensión es común a los dos ensayos, escritos con una década de distancia. En el primero, Susan Sontag se centra en las dos enfermedades que a su juicio llevan con mayor fuerza el peso agobiador de la metáfora: la tuberculosis y el cáncer, dos enfermedades severamente distintas en sus patologías –ella analiza la creencia de que la tuberculosis es relativamente indolora, y el cáncer un tormento de dolor– y sin embargo frecuentemente equiparadas por el entorno de los enfermos, acaso porque ambas han sido consideradas –con diferentes matices pero idéntica convicción– «enfermedades de la pasión». En el segundo texto, se centra en el sida, que ya ha rebasado la condición de simple enfermedad para convertirse en epidemia (y que, en 1989, en el momento de escribir el ensayo estaba, tal como aún continúa siéndolo hoy, invicta).

Desde el primer párrafo, Susan Sontag refuta la creencia, comúnmente aceptada por la sociedad, de que la enfermedad lastra, y puede ser un motivo de vergüenza, un castigo, individual o colectivo. Así lo recalca cuando recuerda los motivos que la impulsaron a escribir el primer ensayo y cómo su análisis, aunque ha evolucionado, mantiene su propósito inicial: «Me convencí de que las metáforas y los mitos matan»; tener cáncer no es una sentencia de muerte: «Mi mensaje era: Haz que los médicos te digan la verdad; sé un paciente informado, activo; consigue un buen tratamiento, porque lo hay. Si bien el remedio no existe, más de la mitad de todos los casos de cáncer se curan con los tratamientos que ya existen». Ella misma se ha curado de un cáncer, poniendo en ridículo los plazos mortales de los médicos.
Susan Sotag padeció cáncer de mama a la edad de 43 años y a los 71 años, muere a consecuencia de un síndrome mielodisplasico agudo, q
ue desembocó en una leucemia mielógena aguda. El origen de la leucemia fue probablemente la radioterapia recibida para el tratamiento de su cáncer de mama.

Este ensayo es un alegato a favor de la dignidad del ser humano y de la responsabilidad que todos los ciudadanos –«sanos» o «enfermos», pero aún así ciudadanos– tienen respecto de las enfermedades y las punitivas fantasías que generan. Y al mismo tiempo es una severa exposición, tan rigurosa como perspicaz, de los mitos y fantasmas que genera la sociedad que conocemos.

El cáncer, una enfermedad considerada mortal, y que como ya lo conté, la autora vive entonces en carne propia, es el tema central del primer libro. En él señala no sólo sus manifestaciones clínicas más evidentes, sino el fenómeno que más le interesa, es decir, la forma en que por largo tiempo se concibió a este padecimiento como una maldición, un castigo, o una falta cuya responsabilidad era atribuible al individuo mismo que la padece. Al inicio de su análisis, Sontag describe los mitos en torno de la enfermedad más célebre del siglo XIX, la tuberculosis. La visión que se tiene del tísico es en ese momento una visión romántica. Tributaria de la antigua concepción médica que clasificaba a los seres humanos según la teoría de los cuatro humores, del flemático al sanguíneo, la imagen de quien padecía tuberculosis era la de un ser de humor melancólico, sensible, romántico, de preferencia la de un poeta a quien la silueta magra y doliente confiere respetabilidad y prestigio.

Algo distinto sucede con las metáforas de desintegración física que convoca la mera mención del cáncer. El canceroso, dice Sontag, es visto como alguien a quien su propia represión emocional conduce a ese desorden máximo que es la proliferación de células malignas en el organismo. A la improbable nobleza que se atribuye a quien padece una enfermedad pulmonar una disfunción de la parte superior y noble del cuerpo se contrapone la desgracia y vergüenza de quien ve afectadas, a menudo, las partes bajas, indignas, de su organismo, como en el cáncer del estómago, del colón, del útero, del recto, o de los testículos. La escritora ilustra con múltiples citas filosóficas y literarias, y con ejemplos tomados de la cultura popular las maneras distintas de concebir dos enfermedades igualmente devastadoras, pero que revisten cada una características muy propias y convocan metáforas a menudo opuestas.

De las metáforas asociadas con una enfermedad grave, Sontag señala una en particular, sin duda la más nociva: la metáfora militar. El cuerpo se concibe como un campo de batalla; el cuerpo libra frente al cáncer un combate encarnizado del que con harta frecuencia sale vencido. Contrariamente a la tuberculosis, una afección muy localizada, y hasta hace poco muy controlada, el cáncer representa el horror de una invasión generalizada, con escaramuzas imprevisibles, y terapias brutales que representan una suerte de contraofensiva militar.

A grandes males grandes remedios, dice la sabiduría popular, y el remedio aquí la quimioterapia, las radiaciones, suelen ocasionar estragos mayores en un cuerpo de sí ya vulnerado. La noción de batalla, esta militarización del cuidado médico, se acompaña de una imagen de degradación corporal inevitable, y esta es la razón por la cual, a diferencia de la tuberculosis o la poliomielitis, o la diabetes, el cáncer aparece como un padecimiento apenas mencionable. Aun en nuestras comunidades, aún se les oculta a los familiares del paciente, y al paciente mismo, el diagnóstico de cáncer; como si la mera evocación del término tuviera, por sí sola, la facultad de acelerar un proceso de deterioro irreversible. El cáncer deja entonces de ser una enfermedad más, para convertirse en la metáfora ideal de la degradación física: una enfermedad que corroe, carcome y transforma el aspecto del individuo, como otras terribles enfermedades del pasado, la lepra, la peste bubónica, la gangrena. Sontag cita una imagen elocuente: en Francia es común referirse a un muro en condiciones de deterioro como un muro leproso.

En su ensayo, El sida y sus metáforas, la metáfora militar evocada anteriormente cobra un vigor inusitado. Contrariamente al cáncer y a la tuberculosis, la invasión del organismo es viral y la produce un microorganismo diez mil veces más pequeño que la punta de un alfiler, y sus efectos sociales, en materia de discriminación y estigma, son infinitamente superiores. No sólo eso, el sida soporta una metáfora decisiva: la infección, la contaminación, el contagio. Es un padecimiento con perfil epidemiológico, encaminado a configurar una pandemia. Su transmisión es, primordialmente, de carácter sexual, con lo que suscita una oleada de recriminaciones, anatemas religiosos y denuestos moralistas. No representa en términos científicos y sociales un estadio avanzado de desarrollo, sino todo lo contrario, una involución, un retroceso. Reactiva lenguajes que se creían obsoletos, como el de la transmisión sexual con carácter funesto, algo que recuerda la visión tétrica de la sífilis en sus etapas avanzadas, con su romanticismo negro que evoca los tormentos de un Flaubert o un Baudelaire con toda su aura de disipación sexual. Supone el sida un regreso a épocas anteriores a Koch y a Pasteur, y concede la escritora que este padecimiento ha tenido la dudosa virtud de despojar al enfermo de cáncer de una buena carga de culpa.

La metáfora más asociada con el cáncer supone un individuo que sucumbe al padecimiento por una suerte de inhibición sistemática de sus impulsos y pulsiones, entre ellos la libido. Un ser nervioso en extremo, apocado, devorado por el estrés y la hiperactividad, consumidor de comida chatarra, inhalador de contaminantes, fumador empedernido, retentivo anal, en una palabra, un reprimido; un ser así era, para la creencia popular, el candidato ideal para desarrollar un cáncer. La metáfora asociada con el enfermo de VIH/sida sugiere algo muy diferente: un ser promiscuo que contabiliza sus conquistas sexuales hasta levantar un censo impresionante, o por lo menos un catálogo amoroso digno de Don Giovanni. Un seductor castigado, un disoluto que padece por donde más pecó y que por ello mismo se vuelve objeto ideal de la condena religiosa o de la reprobación moral de quienes ostentan una conducta ejemplar y sangre limpia en las venas. A diferencia del paciente con cáncer, el enfermo de VIH/sida no sólo es un enfermo sino también un portador de su propia enfermedad, es decir, alguien susceptible de transmitirla accidental o deliberadamente. Este solo hecho hace de él una persona sospechosa, víctima de un mal y a la vez potencialmente victimario. Con la metáfora de la infección, de la diseminación masiva del virus, se justifica a los ojos de muchos la figura del paria digno de toda desconfianza, y en algunos países, y en el caso de algunos extremistas, como el derechista francés Jean-Marie Le Pen, se habla de confinamiento, de sidatorios, de tests obligatorios masivos, y de reservas o morideros donde habrá que recluir a los infectados, a las víctimas irremediablemente culpables, para evitar que se contamine o se gangrene el cuerpo social saludable. Personalmente escuché a Le Pen un domingo 21 de junio de 1998, en la celebración de día de la música en París, que Los enfermos del sida, al respirar el virus por todos los poros, son un peligro para el equilibrio de la nación y que el enfermo del sida es contagioso por su transpiración, su saliva y su contacto. Es una especie de leproso. Sontag habla de todo esto y señala la gran paradoja de un padecimiento casi medieval, en su tormento y sus implicaciones sociales, en su carácter irreversible y su cura muy azarosa, que al mismo tiempo se aproxima a la modernidad tecnológica al compartir con ella diversos códigos de lenguaje, con computadoras invadidas por un virus, con vacunas que deberán protegerlas, o con ese colapso final que el virus es capaz de provocar en un disco duro.

Ante este panorama social donde el sida exacerba los temores más primitivos y los prejuicios colectivos más arraigados, el recelo social y el encono contra el enfermo, o las metáforas que remplazan la realidad clínica por la fantasía paranoica, y que transforman una enfermedad en maldición y sentencia inapelables, la escritora aconseja en 1989 una estrategia elemental: liberar a la enfermedad de su carga de culpa y vergüenza, criticar las metáforas, castigarlas, desgastarlas, y proceder luego a una reapropiación retórica del sida. Dice Sontag: “Es muy deseable que determinada enfermedad, por la que se siente tanto pavor, llegue a parecer ordinaria. Aún la enfermedad más preñada de significado puede convertirse en nada más que una enfermedad. Sucedió con la lepra (...) y sucederá con el SIDA, cuando la enfermedad esté mucho mejor comprendida y sea, sobre todo, tratable”.

Hoy, dieciocho años después de escritas estas palabras, la predicción parece cumplirse. El panorama clínico ha cambiado radicalmente, aun cuando no exista todavía una cura o vacuna para el sida, y aun cuando el prejuicio social apenas haya variado su retórica a la luz de la inocultable expansión de la epidemia. Con la aparición en 1996 de los medicamentos antirretrovirales se opera una gran revolución terapéutica que permite reducir considerablemente el número de enfermedades oportunistas que aquejan al organismo inmunocomprometido, y con ello alargar de modo sustancial la vida de los pacientes.

El resultado, previsto por la escritora, es una enfermedad mejor comprendida y sobre todo más tratable: el equivalente de una enfermedad crónica apenas distinta de padecimientos como la diabetes o los trastornos cardiovasculares, considerados ordinarios y libres de metáforas negativas. Sontag podía intuir esta evolución terapéutica y sus beneficios, aunque habría sido deseable que el cáncer, al que finalmente sucumbió luego de veintiséis años de lucha, (vuelve la metáfora militar), le hubiera dado una tregua suficiente para elaborar una nueva reflexión acerca de estos cambios, acerca también del fracaso parcial de tantas políticas de prevención hoy en marcha, de la persistencia de conductas de alto riesgo justamente en aquellos sectores mayormente en riesgo de infección, del incremento de la enfermedad en personas que no son del grupo de riesgo, de la ceguera de las distintas comunidades religiosas empeñadas en combatir el uso del condón y en llamar con inutilidad y denuedo a la práctica de la abstinencia, o argumentar absurdamente que estas enfermedades son el primer signo del fin de los tiempos y que el Dios de amor que pregonan, a veces se le da por castigar ferozmente a sus hijos o de las dificultades inmensas que enfrentan los países en desarrollo para acceder a los tratamientos costosos que son la panacea del primer mundo. Esta reflexión en gran parte incompleta es competencia hoy de todos, y como lo deseara Sontag, supone una lenta y firme reapropiación retórica del sida despojado ya de sus terrores medievales, transformado en una enfermedad crónica, ordinaria, tan mortal como todos los que la padecen o quienes los observan padecerla.

Pues bien, dejo en tus manos este libro, con la esperanza que lo leas y contribuya a cambiar la manera como asumimos posiciones que solo son el reflejo de la manera obtusa como algunos pretenden hacernos ver el mundo.

A disfrutar pues.

Ciao

Omar

Autor: Susan Sontag

(Nueva York, 1933 - 2004) Escritora y directora de cine considerada una de las intelectuales más influyentes en la cultura estadounidense de las últimas décadas. Su padre, Jack Rosenblatt, que había trabajado como comerciante de pieles en China, murió de tuberculosis pulmonar cuando Susan tenía apenas cinco años. La niña recibió el apellido del hombre con quien su madre se casaría siete años después: el capitán Nathan Sontag. Creció en Tucson, Arizona y, posteriormente, en Los Angeles, donde se graduó en la North Hollywood High School, a la edad de 15 años. Prosiguió estudios en universidades como la de Berkeley, Chicago, Paris y Harvard.

Durante su estancia en Chicago, a la edad de 17 años, Sontag contrae matrimonio con Philip Rieff, tras un noviazgo de tan solo diez días. La pareja tuvo un hijo, David Rieff, quien se convertiría posteriormente en el editor de su madre en la editorial Farrar Straus and Giroux. El matrimonio entre Sontag y Riff tuvo una duración de ocho años, tras los cuales se divorciaron en 1958.

Sontag falleció el 28 de Diciembre de 2004, en el hospital Memorial Sloan Kettering de Nueva York, a la edad de 71 años. Está enterrada en el cementerio parisino de Montparnasse.

Se dio a conocer con una recopilación de ensayos y artículos, Contra la interpretación (1964), a la que siguieron los ensayos Estilos radicales (1969), Sobre la fotografía (1975), La enfermedad y sus metáforas (1978), Bajo el signo de Saturno (1980) y El sida y sus metáforas (1989). Es autora también de obras narrativas (El benefactor, 1963; Yo, etcétera, 1978; The way we live now, 1991; El amante del volcán, 1995; En América, 2000; Tierra prometida, 1974; y Giro turístico sin guía, 1984.). Fue directora de las obras teatrales Jacques y su señor, (Milan Kundera), 1985); y Esperando a Godot. En 2003 también escribió Ante el dolor de los demás.

Muchos la veían como la intelectual reina de Estados Unidos. No era para menos: como artista y como pensadora, Sontag seguía extendiendo su campo de influencia. En uno de sus ensayos había escrito con admiración acerca de Ingmar Bergman, y el cambio de década la vio estrenándose como guionista y directora de cine. Sus películas Duelo de caníbales (1969) y Hermano Carl (1971) fueron realizadas en Suecia, país del que llegaría a ser algo así como una ciudadana adoptiva.

Después visitó Israel, donde rodó Tierras prometidas (1973), un documental sobre las tropas israelíes en los Altos del Golán. Ninguna de estas tres producciones recibió la atención prevista, aunque su realización dio lugar a uno de los ensayos-clave de la época: Sobre la fotografía (1977). El libro, una nueva reinterpretación sontaguiana del mundo, no venía ilustrado con fotografías; en él, la escritora reivindicaba la potencia y la autoridad de la palabra escrita.

La posición de Susan Sontag en la literatura estadounidense es un lugar de conflicto: en un país al que los escritores no suelen importarle demasiado, Sontag motivó debates de altura y diatribas descarnadas acerca de su obra, por supuesto, pero sobre todo acerca de su persona. En Estados Unidos, el hecho de que un novelista intervenga en política, interior o internacional, no es bien recibido.

FUENTES:

http://es.wikipedia.org/wiki/Susan_Sontag

BONFIL, Carlos. A propósito de Susan Sontag. 2004

jueves, 19 de julio de 2007

Leer Libera: Entrega XX (Las vocales málditas)


Hola, en esta entrega de “Leer Libera” quiero sorprenderlos; como me sorprendí yo, cuando me topé de frente con el libro que les envío hoy día. Es un texto corto, divertido y apenas justo para estos días de descanso por fiesta patria. Eso sí, agradezco no incomodarse por el título del libro.
Si les contara que van a disfrutar o padecer, según lo experimente cada cual, de una serie de lipogramas, ¿Qué pensarían? Les confieso, que la primera vez que escuche la palabreja, me sonó como a perfil lipídico, esos horribles exámenes de sangre que tanto he padecido o las cirugías éstas, tan en boga por estos tiempos, donde se quiere solucionar con bisturí, cánulas y aspiradoras, los excesos de grasa que se acumulan en el cuerpo de las personas que no se niegan placeres pantagruélicos. Sin embargo, por dármelas de erudito, quise etimológicamente tratar de ubicar el significado. Pobre de mí. Solo pude llegar a pensar, que era algo así como escritura en grasa.
Una juiciosa búsqueda en el DRAE, me enfrentó con mi yerro. Solo en ese momento supe que un lipograma (Del gr. λεπειν, abandonar, y -grama), es un texto en que se omite sistemáticamente alguna letra (o varias) del alfabeto. La letra omitida suele ser una letra muy común, como en español la a o la e en el francés. Algunos lipogramas particularmente ingeniosos, omiten todas las vocales salvo una, con lo que se reduce mucho el conjunto de palabras que se pueden escribir y los textos pueden quedar muy forzados. En resumen, un lipograma es un texto marcado por la ausencia sistemática de una letra. Su grado de dificultad es directamente proporcional a la frecuencia de aparición de la letra ausente en el idioma del texto. Los lipogramas más apreciados son aquellos que prescinden de una vocal, especialmente de la A o de la E.
Crecer en una casa con bibliofilia y tener libros de más, tiene ventajas y desventajas. La desventaja mayor es cohabitar con libros ocultos por barreras de libros, con volúmenes que se esconden y desaparecen cuando uno más los necesita; la máxima ventaja, se me ocurre ahora, es reencontrar obras que uno tenía olvidadas y que tras su reaparición parecen nuevas. Eso me pasa siempre que limpio un poco la biblioteca o busco algún ejemplar escurridizo: saltan otros que, como faros, encandilan mi atención y me permiten recobrar antiguos gozos.
Me pasó hace unas semanas ese fenómeno. Sin quererlo, saltó a mis manos un ejemplar del extinto e inefable Magazín Dominical de El Espectador, con una nota sobre el libro Las vocales malditas, ese portentoso juego narrativo del escritor mexicano Óscar de la Borbolla. Este señor, ha trabajado una obra literaria original, a veces excéntrica, como ocurrió en 1991 con Las vocales malditas, libro que a mi juicio es la mayor apuesta lúdica en el ámbito de las letras Castellanas. Es un libro que me gusta. Mucho. Un libro que extrañaba.
Sin embargo, con la excepción del cuento “Cantata a Satanás” que aparece en el Magazín de El Espectador, nunca he tenido en mis manos un ejemplar impreso de los dichosos cuentos. Y no es porque no les haya buscado en todas las librerías que conozco y frecuento. Pero con la Internet, las cosas son a otro precio. Mis amigos de Alas de Papel, digitalizaron una edición del libro y la pude descargar desde su sitio en la Web. Esta es la versión que quiero compartir hoy.
¿Y qué hay de raro en ese libro? ¿Por qué vale tanto según este servidor y según muchos otros? Tiene apenas, y con una tipografía y una diagramación muy estirada, diecinueve paginitas. Lo asombroso viene luego, cuando empezamos a recorrer su contenido: cinco cuentos escritos cada uno con cada una de las vocales, es decir, en cada narración sólo hay palabras cuyas vocales son “aes”, luego “es”, después “íes” y así también con la “o” y la “u”. Lo que impresiona no es tanto el propósito, sino los resultados: cinco cuentos hermosos, desafiantes, llenos de humor e ingenio, deslumbrantes en suma. Aunque el de la “i” y la “u” son los más difíciles, De la Borbolla los resuelve con una destreza que deja boquiabierto al lector. El desafío mayor, claro, consiste no sólo en sumar palabras con una vocal en cada cuento, sino en darles lógica, en imponerles un hilo conductor perfectamente visible.
En suma, Las vocales malditas, es uno de esos libros que deben leerse con cierta predisposición, de preferencia cuando no haya algo interesante en la televisión. Je, je, je. Se debe estar condicionado a divertirse un rato y estar de humor para los juegos de palabras. Con estas dos condiciones, es sencillo devorarse los cinco cuentos lúdicos de Óscar de la Borbolla.
Estos son los cuentos que contiene y, de paso, incluyo una breve reseña de cada uno:
Cantata a Satanás es acerca de Abraham y Sara, una pareja con conflictos como cualquier otra, ¿no? ¡No! Son conflictos un poco más serios, tan serios que Sara ha invocado a Satanás para librarse de su marido y acercarse a Baltasar, así que juntos se dedicarán a idear alguna artimaña para eliminar al ferviente marido.
El hereje rebelde es un cuento de dos fieles creyentes que se corrompen y entregan a los placeres mundanos, huyendo de su fe, optando por las delicias terrenales.
Mimí sin bikini es una disculpa sin respuesta causada por un engaño. Un monólogo, un discurso frente a alguien que no se inmuta por responder.
Los locos somos otro cosmos es, de todos, el cuento más divertido, trata de un doctor que puede curar la locura o, en su intento, arrancarle la vida a sus pacientes. Otto, el doctor, se enfrenta a un demente (Rodolfo) bastante lúcido que sabe defenderse, pero sus súplicas carecen de importancia para Otto que, empeñado en curarlo, no entiende de razones.
Un gurú vudú Se necesita cierta perspicacia y paciencia para no botar este cuento y leerlo hasta el final. No sigue la línea de los cuentos anteriores donde la coherencia de las palabras es más clara. A pesar de esto, es algo entretenida la historia de Pupú Duc y su sucesor.
Dedíquenle 15 ó 20 minutos a este libro y saquen sus conclusiones.
Un libro genial, que según el propio autor, escribió para enseñarle las vocales a su hijo. Descarguen el archivo desde este link:  http://bit.ly/12u5wsb y léanlo ya. Pura calidad. A disfrutar pues.
Ciao, Omar
AUTOR
Óscar de la Borbolla, (México, DF, 1952). Es filósofo, escritor, poeta, ensayista y profesor titular en el área de Metafísica y Ontología en la Escuela Nacional de Estudios Profesionales de Acatlán en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Completó su Licenciatura y Maestría, con mención honorífica, en filosofía, en esta misma universidad. Realizó estudios de doctorado en filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, España. Colabora en la sección editorial del periódico Excélsior con la columna de ficción y humor negro denominada ¨Ucronías¨. Ha obtenido los siguientes premios por sus cuentos: Mención Honorífica en el Concurso Internacional de Cuento Esperante (1985), con el cuento ¨El canto de las sirenas¨, y el Premio Internacional de Cuento Plural (1987), con el cuento ¨Las esquinas del azar¨. También ha obtenido varios premios por sus novelas Nada es para tanto (1991) y Todo está permitido (1994).
Fuentes:

lunes, 30 de abril de 2007

Leer Libera: Entrega XIX (Memoria de mis putas tristes)



Hola, perdón por la tardanza en escribirles. Dos hechos, dispares entre si, pero grandemente significativos para mi, impidieron que cumpliera cabalmente con lo prometido, enviarles prontamente otro libro de García Márquez, en el marco de las celebraciones en su nombre. El primero, la pérdida, hasta ahora definitiva, de casi el 100% del contenido del disco duro de mi PC por cuenta de…. bueno mejor no decirlo para no revivir dolores. Pero entre lo que perdí, está mi colección de e-books y como comprenderán, eso dificultó enormemente escribirles dentro de los periodos que hemos venido manejando en este ejercicio de Leer Libera. Por eso el libro de hoy, es una versión escaneada. El segundo hecho, la enfermedad, cirugía y posoperatorio de mi madre, que ha copado toda mi atención en las últimas seis semanas.

Sin embargo, aquí estoy de nuevo. Como lo prometido es deuda, antes de finalizar abril, quiero compartir con ustedes la última obra publicada por García Márquez, Memoria de mis putas tristes. Es una novela brevísima, que narra la conmovedora historia de un anciano periodista que en su cumpleaños número noventa decide regalarse una noche de placer con una adolescente virgen y, sin esperarlo, se enamora por primera vez en su vida... sólo que de una muchacha de catorce años, a la que bautiza como Delgadina, haciendo referencia a un romance tradicional de origen español.....

La descripción que el autor hace del protagonista es clara, contundente y nos inmiscuye de lleno en el espíritu de la historia: “Dicho en romance crudo, soy un cabo de raza sin méritos ni brillo, que no tendría nada que legar a sus sobrevivientes de no haber sido por los hechos que me dispongo a referir como pueda en esta memoria de mi grande amor.”

A lo largo de la novela, García Márquez hace constantes referencias pictóricas, literarias y musicales que ayudan a crear una atmósfera que fluctúa entre la ternura, la ilusión, la tragedia y la desesperanza. También se reconocen concepciones orientales sobre el deseo, el amor y la sexualidad, e importantes alusiones a La casa de las bellas durmientes del escritor japonés Yasunari Kawabata.

Esta obra de García Márquez tiene atmósfera propia. Mi deseo es que podamos respirar su aire, escuchar su música y vibrar con los sonidos de sus descripciones coloridas y fantásticas. Por esa razón, actualmente estoy compilando con Ares, el software de intercambio P2P, la música que escuchaba nuestro nonagenario, las Seis suites de chelo solo de Juan Sebastián Bach, Rapsodia para clarinete y orquesta de Wagner, Rapsodia de saxofón de Debussy, el Quinteto para cuerdas de Bruckner. Cuando tenga esta música, se las enviaré para que puedan releer el libro acompañado de la música adecuada.

Debo decirles que desconfiaba de esta novela. No niego que aquella tarde cuando entré a la Librería y vi el libro, llamó mi atención, con un título que no pasa desapercibido: “Memoria de mis putas tristes” Gabriel García Márquez vuelve a la escena luego de 10 años… Su libro anterior eran sus memorias y en relación a novelas de ficción, este es su regreso.

Tomé el libro y automáticamente me fui a su contraportada a leer…
"El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen. Me acordé de Rosa Cabarcas, la dueña de una casa clandestina que solía avisar a sus buenos clientes cuando tenía una novedad disponible. Nunca sucumbí a esa ni a ninguna de sus muchas tentaciones obscenas, pero ella no creía en la pureza de mis principios. También la moral es una asunto de tiempo, decía, con una sonrisa maligna, ya lo verás"

Reconozco que leer ese trozo (comprobando lo que había leído en los diarios y revistas) me sentó mal; un hombre de 90 años decide darse una última noche con una jovencita virgen… uuufff!! Nada que ver! Me pareció en ese momento. Pero yo aún tenia curiosidad, no podía creer eso que leía en esa contraportada… ¿Gabo me va a contar esa trama? ¡¡¡No lo puedo creer!!! Total, la curiosidad mató al gato y compré el libro, debo decir que lo devoré en pocas horas… Además de la trama, que me sonaba retorcida (síp, aún a estas alturas!) Era de Gabo.

La trama de este relato es muy curiosa y tiene ese detalle significativo que te hace apreciarla hasta el final. Al comenzar a leerla te adentras en esa atmósfera libidinosa de los hombres que se acuestan con cualquier mujer y les pagan por ello, por la carencia de sentimiento y frases románticas que les permitan enamorar a una chica… Se dice que es una historia basada en experiencias del autor, quien en una época vivió de burdel en burdel, entregado al mundo de la embriaguez, la lujuria y la perdición. En esta obra se puede apreciar la doble moralidad que existe en la sociedad, en la consciencia de las personas y en la de un hombre de noventa años, que se ve frente a frente con una niña desnuda de 14 años.

No se lo que opinen ustedes, pero creo que hay que hacer el ejercicio de leer estas 46 páginas y se darán cuenta de lo que les decía. Es un libro que a primera vista parece inane, pero que te sorprende y atrapa desde las primeras páginas.

Hasta pronto. A disfrutar pues.

Un abrazo

Omar

domingo, 18 de marzo de 2007

Leer Libera: Entrega XVIII (Vivir para contarla)


Las entregas de este mes de Leer Libera, estarán dedicadas, como no, a las obras de Gabriel García Márquez. Ello, en virtud de sus 80 años y la cantidad de efemérides relacionadas con el, que se conjugan algunas en este mes de marzo de 2007.

La obra que les hago llegar ahora es una de sus mas recientes creaciones: “Vivir para contarla”. Donde, contado por su autor, tenemos un período de su vida que va desde el día de su nacimiento hasta los 29 años. Para muchos, esta es la primera parte de sus memorias. Y debe serlo, porque ya se anuncia un nuevo trabajo del mismo tenor y que supera las 800 paginas.

Es bueno conservar el poder de asombro para leer a Gabo. En este libro despliega años de su vida; el uso característico de su realismo mágico aparece sutilmente de una forma casual y normal. Sus recuerdos asombran también por la precisión histórica de algunos hechos de su país, huelgas, matanzas, políticas y sobre todo, su carrera como periodista que terminó en la de escritor nobel.

Este, es un libro atrapante; Gabo logra meterse por las sendas de una Colombia que tiene selvas, ríos fangosos y políticas nefastas. Pero además logra ir mostrando su familia y sus amigos, los pueblos donde pasó su niñez, Sincé-Sucre entre ellos, y allí aparecen los personajes famosos que, los que lo admiramos, recordaremos siempre: El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de Soledad, El otoño del patriarca, Relatos de un náufrago, Ojos de perro azul, La hojarasca, El amor en los tiempos del cólera y muchos de sus cuentos.

El tan mentado realismo mágico, por los críticos literarios parece que pierde esa categoría y se hace mucho más realista que ficcional. Por otra parte este genial escritor retoma en su vida su forma casi periodística de escribir y recrea esta parte de su vida con una asombrosa memoria de personas y situaciones.

Particularmente no me gustaba García Márquez; hasta que leí dos de sus textos, para mi, los mejor escritos: El Coronel no tiene quien le escriba y El otoño del patriarca. En este último, García Márquez hace un ejercicio similar al que hace Saramago en muchas de sus obras: Escribe sin signos de puntuación que interrumpan el vértigo de la historia. En la novela de Gabo, sólo hay tres puntos aparte. Los signos de exclamación (o admiración, que es más destacable) y de interrogación no existen. Son las palabras las que valen, las que dan el ritmo, el énfasis. Leer así, es una maravilla.

Creo, esto es invento mío, que existe una búsqueda en ambos autores (no sé cuántos años de ventaja le lleva García Márquez a Saramago) de criticar la forma en que se escribe en estos tiempos. Desde ese momento me di a la tarea de leer todo lo que ha escrito García Márquez y cada día me agradan más sus textos.

Sin embargo, se que si bien hay personas que como yo, admiran sus escritos, existen otras que no lo soportan y cuestionan su posición política, que no viva en Colombia, que no regresó a Aracataca y un sinnúmero de etcéteras.

Por eso, como complemento de mis comentarios, les traigo dos posiciones distintas sobre este personaje: La primera, una editorial del Diario El Tiempo y la segunda, una columna de Ximena Gutierrez en el mismo Diario.

Con estos comentarios los dejo. Hasta al próxima entrega de Leer Libera. A disfrutar pues

Ciao

Omar

Editorial Diario El Tiempo.

Marzo 06 de 2007

Este niño de cuerpo de gorrión y ojos enormes y asustadizos que ocupa la portada de Vivir para contarla, el libro de memorias de Gabriel García Márquez, es el propio autor. Le tomaron el retrato cuando tenía pocos años de edad y resulta inevitable recordarlo como el más antiguo testimonio gráfico que conoce la gente sobre su vida. La escena fue montada en Aracataca, el polvoriento pueblo costeño donde nació, para un fotógrafo de los de cámara oscura y caballete. Por mágico que sea el mundo que luego él reconstruyó en sus cuentos y novelas -en particular Cien años de soledad-, resultaba difícil pensar que el hijo del telegrafista municipal iba a convertirse en una de las mayores glorias de la literatura española, a ganar un Premio Nobel y a representar una inyección de fe en un continente desmoralizado.

Producto de una extraña casualidad que alguno podría tildar como "macondiana", en este año 2007 se cumplen 25 del discernimiento del Nobel, 40 de la aparición de Cien años de soledad, 60 de su primer cuento y -exactamente hoy, 6 de marzo- 80 en la vida de García Márquez.

Son cuatro aniversarios memorables, que tendrán sucesivos festejos y celebraciones, una especie de jubileo garciamarquiano al que se sumarán gozosos lectores, instituciones y editores de todos los puntos cardinales. No han sido de soledad estas ocho décadas de Gabo. A diferencia de otros famosos autores que, como el novelista checo Franz Kafka, el poeta francés Francois Villon o el filósofo holandés Baruch Spinoza, no llegaron a disfrutar en vida de su gloria, García Márquez ha podido hacerlo hasta el cansancio. Esto último no es una simple frase. En 1968, cuando apenas comenzaba el apogeo de su obra maestra, era tanto el agobio al que lo sometían sus lectores, que solo acudía a ciertas fiestas si el anfitrión colgaba en la puerta el siguiente letrero: "Prohibido hablar de Cien años de soledad".

Los primeros capítulos de la biografía de García Márquez apuntaban a hacer de él un mal abogado o un buen periodista. Pero su talento desmesurado y su tenaz vocación, que lo lleva a escribir ocho horas al día en las condiciones que fueren, le marcan otro rumbo. Luego de pasar unos años en casa de sus abuelos, estudia becado en el Liceo Nacional de Zipaquirá. A partir de 1947 cursa Derecho en Bogotá, pero no lo termina. Ese año -hace 60- publica La tercera resignación, su primer cuento. En 1948 regresa a la Costa. Debuta como periodista en El Universal, de Cartagena, y en 1950 se marcha a vivir en Barranquilla, donde es columnista de El Heraldo.

Más tarde, otra vez en Bogotá, se vincula a El Espectador y viaja como corresponsal a Europa. Desde entonces, su vida transcurre en París, Caracas, Barcelona y, a partir de 1982, México, con esporádicas venidas a Colombia. En 1967 -hace 40 años- aparece Cien años de soledad, que lo dispara directamente a la fama, y en 1982 -hace 25- gana el Premio Nobel. Hoy es un ícono de la literatura mundial. Un grupo de intelectuales escogió hace pocos días a Cien años de soledad entre las 20 mejores novelas de la historia, en compañía de obras de Homero, Cervantes, Shakespeare, Tolstói, Proust y Joyce.

Aparte de sus celebrados méritos literarios, García Márquez tiene el muy importante de haber demostrado que el triunfo planetario no es monopolio de los ciudadanos de los países más desarrollados y poderosos. García Márquez ha sido el primer colombiano universal, pero otros lo han seguido. La política y el poder siempre le despertaron curiosidad. Por fortuna, nunca sucumbió a las tentaciones que el precario liderazgo político latinoamericano pretendió trasladar a los hombros de los míticos autores del boom. Aunque no oculta sus ideas de izquierda, nunca se ha negado a apoyar desde su posición de escritor una causa nacional que considere patriótica.

Si tuviera que escribir hoy sobre sí mismo, Gabo quizás empezaría de manera parecida a su breve autobiografía de 1962: "Yo, señor, me llamo Gabriel García Márquez... Nací en Aracataca (Colombia) hace 80 años y todavía no me arrepiento".

¡No me jodan más con ese Gabo!

XIMENA GUTIÉRREZ

Guarda silencio con la calamitosa situación de Cuba, pero no deja de sobarle chaqueta a Clinton.

Muchos años después, frente a un pelotón de 43 millones de seres casi 'fusilados' por la angustia de padecer el conflicto más antiguo del mundo, Colombia esperaba a su hijo ilustre para que, con la magia de sus palabras, regresara a trabajar por la paz que él promovió y todos soñamos. Pero ya Gabo -como se le conocía al patriarca- tenía renombre internacional y se refugiaba cómodamente en el extranjero. Igual que cuando se fue, su patria seguía siendo manejada por capataces, como si fuera una aldea macondiana en la que cada quien lanzaba piedras...¡blancas o enormes! -pero piedras al fin- que nos remitían a la prehistoria, con la falsa idea de no haber cometido el primer pecado.

Este es el país que en la distancia observa Gabriel García Márquez, después de haber tenido el valor de enfrentar, con argumentos proverbiales, las ideas contrarias a su pensamiento alternativo. Este es el país, paciente y solapado, que todavía no aprende a discutir ni a llamar las cosas por su nombre. Para señalarlas, lo hace con un arma de fuego. Este es el país que nuestro cumpleañero Nobel de Literatura no se atreve a visitar por temor a que, quizás, algún José Arcadio Buendía, soñador irredento y aventurero, se atreva a recordarle que prefirió mirar hacia otro lado y olvidarse de que, alguna vez, prometió apostarle a la paz, después de votar por su amigo Andrés Pastrana.

Advierto que jamás he restado importancia a la descomunal obra literaria de Gabo. Es más, de su existencia como escritor me enteré precisamente allá en el Colegio Eugenio Ferro Falla, de Campoalegre (Huila), mientras realizábamos -en su nombre- los llamados centros literarios, muchas veces sin tener la noción de su grandeza. Pero para ser sincera, quienes nos graduamos como bachilleres al empezar los 90, no hemos podido ver a ese hombre combativo que sí contemplaron los colombianos al finalizar los 80. El Gabo aquel que frenteaba y opinaba sobre nuestra situación fue absorbido por el poder, como si hubiera sido atraído por los 'inventos' del gitano Melquíades.

Mientras el país padece su propia crisis, el hombre guarda un silencio sepulcral en su cómoda mansión del D.F. mexicano. Entiendo que pudo haberlo frenado una delicada enfermedad, ya superada. Y hasta comprendo sus temores de venir a Colombia para sepultar a su propia madre, Luisa Santiaga Márquez. Pero también hay que valorar que en similares condiciones físicas, el Nobel portugués, José Saramago, va y viene, sale... ¡da la cara!, expresa sus opiniones. Nos ayuda a entender el mundo. Nos pone a pensar en un lenguaje sencillo, pero que llega a los jóvenes para comprender esto de las veleidades del poder y la política. ¿Por qué no lo hace Gabo?

Yo por lo menos no conozco cómo habla el Nobel, a quien tanto le hacen bulla los medios. Y quisiera escucharlo. Como escucho a Shakira -con sus 'Pies Descalzos'- cuando comparte con nuestra gente algunos de sus ingresos y construye obras sociales en la Costa Atlántica. O como oigo a Juanes y a Cabas con la defensa de los desvalidos. O como también, a veces, soporto al impotable Juan Pablo Montoya, que casi siempre tiene algún detalle con nuestro país. En realidad, no sé qué piensa Gabo de Colombia, pero sí tengo claro que desde aquellos tiempos remotos en que su amigo Tomás Eloy Martínez lo llevó a conocer un teatro en Buenos Aires, el hombre se refugió en su soledad.

Por eso no culpo al niño de la escuela bogotana de Cazucá, que lleva el nombre del cataqueño. El martes pasado, cuando cumplió 80 años de vida, un periodista del Canal RCN le preguntó a uno de los estudiantes cuál era la principal novela que había escrito Gabriel García Márquez. El espontáneo alumno de octavo grado no dudó en responder: La hija del mariachi. Tampoco culpo al guajiro Luis Aponte, que le cantó en la puerta de su casa en Ciudad de México, sin poder verle la cara. Igual que le sucedió en 1998 a los organizadores del Festival de Arte de Cali, quienes le realizaron un homenaje de mariposas amarillas, pero quedaron pálidos de la rabia porque tampoco llegó.

Hoy, solo tengo referencia de un Gabo que nos dejó embalados con su promesa de no volver a España como rechazo a la visa impuesta por la madre patria. Un Gabo que guarda silencio con la calamitosa situación de Cuba por su amor filial al Comandante Fidel, pero que no tiene recato para sobarle chaqueta a 'Bill' Clinton. Supe que a raíz del escándalo sexual del entonces presidente de E.U. con Mónica Lewinski, Gabo lo calificó como "un raro ejemplar de la especie humana que debió malversar su destino histórico solo porque no encontró un rincón seguro donde hacer el amor". Lo más triste es que él tampoco ha encontrado su rincón seguro para volver a Colombia, visitarnos de vez en cuando y no dejar en el exterior ese tufillo de que este país es un cagadero. Y que aquel que llega aquí, no vive para contarlo.

¡No me jodan más con ese Gabo!

XIMENA GUTIÉRREZ

miércoles, 21 de febrero de 2007

Leer Libera: Entrega XVII (Crónicas de Carnaval)


Hola amigos, esta entrega de Leer Libera esta dedicada, como no, a una de las fiestas culturales más importantes de nuestro país: El carnaval de Barranquilla. Es el primer libro que les envío sin haberlo leído antes; pero no quiero dejar que el recuerdo de estas fiestas se nos borre rápidamente, como las cenizas que hoy adornan los rostros de muchos de los costeños (y de otras regiones) que disfrutaron los carnavales y que en este día retornan a sus cotidianas actividades.
Como dice Cuco Valoy, las oportunidades las pintan calvas. Supe del libro que hoy comparto con ustedes, el jueves 15 de febrero por una nota del diario El Tiempo, que lo ofrecía a sus lectores como un abrebocas de las carnestolendas barranquilleras, y desde entonces me di a la tarea de conseguirlo. Como me fue imposible descargarlo del Web Site de El Tiempo, contacté a Jairo Iriarte Valencia y Mauricio Gaviria, Web Master y Coordinador Editorial respectivamente, de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), quienes gentilmente me lo hicieron llegar el lunes de carnaval (je, je, je, en pleno festival de orquestas) y hoy mis amigos lo pongo a su disposición.

Este es un libro compuesto por 13 c
rónicas escritas durante los talleres de Periodismo Cultural organizados por la Corporación Andina de Fomento (CAF) y la FOPI, en los Carnavales de Barranquilla de los años 2004 y 2006, bajo la tutela de Héctor Feliciano, periodista especializado en temas culturales y maestro de la FNPI. Los autores, son reporteros de 14 países de América Latina que vivieron el Carnaval de Barranquilla, y exploraron todas las posibilidades de un género periodístico, la crónica, para contarlo. Ilustrado con excelente material fotográfico, este libro reúne las mejores historias que ellos encontraron. Es un novísimo documento que salió de imprenta en noviembre de 2006 y aparece físicamente y en versión digital en febrero de este año.

Solo he leído la presentación de Jaime Abello Banfi, el prologo de Héctor Feliciano y me he deleitado con las fotografías del foto-ensayo de Gonzalo Martinez, pero eso ha sido suficiente para capturar mi atención, sobre este inmenso trabajo, como creo que les va a ocurrir a ustedes. Ojala el texto sirva entre otras cosas, para comprender un poco mejor lo que significan estas fiestas, entender que están hacen parte de lo que somos como costeños y como caribes, que es una expresión de nuestra cultura, que es el súmmum de las fiestas comunes en nuestra tierra y ojalá contribuya también, a cambiar las connotaciones perversas, dañinas y satánicas (entre otras yerbas) que algunas mentes calenturientas y faltas de recato, no dudan en atribuirle.

Debo advertir, que el archivo es un poco "pesado" (4,5 Mb), por la cantidad de fotografías que incluye. Si tienen dificultades para descargarlo, por favor me cuentan y ahí vemos como se los hago llegar.

Para descargar el Libro: 

Como siempre, un abrazo y a disfrutar pues.


El Carnaval es una alegría desbordante
y contagiosa que se manifiesta en quienes
participan en los desfiles y las distintas
actividades; y en el público, que también debe
portar ese sentimiento que podríamos decir
es una epidemia. Y es que como dice el lema
de estas fiestas: ¡¡¡Quien lo vive (y a veces
hasta quien lo muere) es quien lo goza!!!
"Fernando Mercado"
A modo de presentación
D esde que fue inventada, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) ha mantenido estrechos vínculos con Barranquilla. Fue en esta ciudad, en una noche de brisas de diciembre de 1993, donde Gabriel García Márquez, su esposa Mercedes y yo, junto con algunos amigos, empezamos a hablar en serio sobre su idea de hacer unos talleres para periodistas. La charla sabrosa de aquella buena cena daría lugar a la preparación de un proyecto y, menos de un año después, a la creación en Cartagena de Indias de esta organización, que busca contribuir a la formación y el desarrollo profesional de los periodistas y a la búsqueda de la calidad periodística en los medios iberoamericanos. No es de extrañar que el primer taller de reportaje impartido personalmente por García Márquez en el marco de las actividades de su fundación, se hubiera celebrado a mediados de 1995 en la bella casona del barrio El Prado perteneciente al diario El Heraldo de Barranquilla.
Las fechas móviles en que se hace cada año el Carnaval de Barranquilla han estado desde siempre marcadas en la programación de la FNPI. A lo largo de los años, decenas de reporteros y editores de todos países de América Latina han conocido y disfrutado el Carnaval al terminar, o antes de comenzar, un taller de periodismo en Cartagena o en la propia Barranquilla.
A partir de la declaratoria del Carnaval de Barranquilla como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad en 2003, los equipos de trabajo conjunto de la FNPI y una aliada formidable, como es la Corporación Andina de Fomento (CAF), nos dimos cuenta de que se presentaba una oportunidad magnífica para organizar unos talleres muy serios de periodismo cultural y narrativo, tomando como campo de experimentación y práctica el escenario inigualable de fiesta y cultura populares que la Unesco recomienda que el mundo conozca y proteja como parte de la herencia común. En las calles de la ciudad en carnaval se encuentra una riqueza singular y única de tradiciones folclóricas, libertades expresivas, pequeños y grandes negocios, espectáculos y estéticas inusitadas, lecciones de humanismo, tensiones y distensiones políticas y sociales, en fin, historias de toda clase que merecen la atención del nuevo periodismo.
Vale la pena recordar las palabras del presidente de la junta directiva de la FNPI, Gabriel García Márquez, cuando expresó, en un mensaje enviado en mayo de 2003 a los directivos y evaluadores de la Unesco, para apoyar la postulación del Carnaval de Barranquilla: "El Carnaval de Barranquilla es la manifestación folclórica y festiva de la cultura popular del Caribe colombiano, la misma que alimenta mis imágenes y mi literatura… Sus raíces tradicionales provienen de las comunidades campesinas, indígenas y afro-americanas diseminadas por la región, en una afortunada fusión con la matriz europea de la fiesta traída por los colonizadores españoles. En un país afectado por la violencia este carnaval es un espacio excepcional de convivencia pacífica, tolerancia y diversidad cultural".
El primer taller se realizó en 2004 y el segundo en 2006, en el marco de la serie Encuentros de Periodismo CAF+FNPI, bajo la conducción experta y entusiasta de Héctor Feliciano, maestro de la Fundación, periodista puertorriqueño con amplia trayectoria en la investigación y reportaje sobre temas culturales, y digno bailador de los ritmos cadenciosos del Caribe colombiano. La mirada fotográfica en los talleres fue orientada por Gonzalo Martínez, editor fotográfico del diario de Buenos Aires, a quien la amorosa dedicación al trabajo visual del Carnaval todavía no le ha permitido aprender a bailar de mejor manera.
Editar un libro con una selección de los relatos de texto y fotografía más significativos producidos en estos talleres y publicados en distintos medios del continente americano, es una contribución a la memoria de nuestro periodismo cultural y, sobre todo, a la posibilidad de profundizar la mirada y agudizar la comprensión de los barranquilleros y los lectores del mundo iberoamericano sobre un fenómeno cultural único, que ahora es reconocido y debe ser conservado como patrimonio inmaterial de toda la humanidad.
Este libro, "Crónicas de Carnaval", se pone a disposición de todos los interesados en forma gratuita, tanto impresa como virtual, por lo cual la FNPI reitera su agradecimiento a los periodistas participantes en los talleres, a la Corporación Andina de Fomento, en particular a su presidente Enrique García y sus colaboradores José Luis Ramírez y Nathalie Gerbasi, a la Fundación BAT y su directora Oliva Díaz Granados, que brindaron un apoyo decisivo, a la Fundación Carnaval de Barranquilla, y a todas las personas y organizaciones que de una u otra forma han contribuido a hacerlo posible.
Jaime Abello Banfi
Director Ejecutivo de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano
Tomado de:

sábado, 3 de febrero de 2007

Leer Libera: Entrega XVI (Las leyes fundamentales de la estupidez humana)


Por los acontecimientos que he vivido, afrontado, padecido y observado en estas primeras semanas del 2007, empecé a darle vueltas a un tema al que vuelvo a menudo: la estupidez del ser humano; y se me vino a la cabeza un libro que hace muchos años pude hojear con alguna frecuencia en la biblioteca de la Universidad de Cartagena, escrito por Paul Tabori, un ciudadano húngaro, creo que a finales del siglo XIX: La historia de la Estupidez Humana. Como no tenía el libro, les escribí a mis amigas Myriam y Carmen, de la Biblioteca Virtual Brisa para que me enviaran el libro de Tabori y otros que hablaran de ese tema, para mi apasionante. Me enviaron dos libros, el de Tabori y otro, que es el que les hago llegar en esta entrega de Leer Libera.


Siempre me ha fascinado la estupidez. La mía, por supuesto; y eso es una causa suficientemente grande de ansiedad. Pero las cosas se vuelven mucho peores cuando uno tiene la oportunidad de ver como la “Gente Grande toma Decisiones Grandes”.

Generalmente tendemos a culpar a la perversidad intencional, a la malicia astuta, la megalomanía, etc. de las malas decisiones. Están allí, por supuesto; pero cualquier estudio cuidadoso de la historia, o de los eventos actuales, lleva a la invariable conclusión que la fuente más grande de los terribles errores, es la pura estupidez. Cuando se combina con otros factores, como la juventud, la riqueza, el poder, el temor o la pobreza, (como sucede a menudo) los resultados pueden ser devastadores.

Otra cosa que me sorprende (¿o no debería?) es el escaso material dedicado al estudio de un tema tan importante. Existen departamentos universitarios para analizar las complejidades matemáticas de los movimientos de las hormigas del Amazonas, o la historia medieval de las islas Mauricio, pero nunca he sabido de una Fundación o Consejo Consultivo que apoye los estudios de la Estupidología. ¿Se podría llamar así a esa disciplina?

Si existe una obra digna de ser leída por todos, y de manera obligatoria para algunos, creo que es este libro de Tabori, admirable trabajo investigativo, con un detallado análisis de lo que la conducta humana en materia de estupidez puede desarrollar. Con maestría expone las leyes fundamentales de la estupidez humana, las distintas categorías de estupideces y de estúpidos, hasta llevarnos al poder que alcanza la estupidez, cuando "criaturas humanas estúpidas" (así les llama) influyen sobre otras y en distintas intensidades, y dice: "Algunos estúpidos causan normalmente perjuicios limitados, pero hay otros que llegan a ocasionar daños terribles, no ya a uno o dos individuos, sino a comunidades o sociedades enteras”. La capacidad de hacer daño que tiene una persona estúpida depende de dos factores principales: del factor genético y del grado de poder o autoridad que ocupa en la sociedad.

Como puede inferirse, el análisis de la tontería humana es tan antiguo como esta misma y de ese análisis surge una sentencia que golpea como puño: La estupidez es un privilegio de la inteligencia humana. Solo el hombre puede cometerla. Algunos nacen estúpidos, otros alcanzan el estado de estupidez, y hay individuos, a quienes, la estupidez se les adhiere. Pero la mayoría son estúpidos no por influencia de sus antepasados o de sus contemporáneos. Es el resultado de un duro esfuerzo personal. Hacen el papel de tonto. En realidad, algunos sobresalen y hacen el tonto cabal y perfecto. Naturalmente, son los últimos en saberlo, y uno se resiste a ponerlos sobre aviso, pues la ignorancia de la estupidez, como nos enseñaba el profesor Carlos Angulo Valdés, (q.e.p.d), equivale a la bienaventuranza.

Leía en una revista, que entre las dos guerras, en Europa Central existió un insulto común, que adoptaba la forma de una pregunta. Solía preguntarse: “Dígame.... ¿duele ser estúpido?” Desgraciadamente, no duele. Si la estupidez se pareciera al dolor de muelas, ya se habría buscado hace mucho la solución del problema.

Aunque, a decir verdad, la estupidez duele, sólo que rara vez le duele al estúpido. Y esta es una de las más grandes tragedias del mundo.

El segundo texto que Myriam y Carmen me hicieron llegar a finales de enero de 2007 y que hoy quiero compartir con ustedes, es un texto corto, realmente un ensayo de 15 páginas, que según me dicen este par de amigas, es uno de los trabajos más divulgados de Carlo M. Cipolla, historiador italiano, de quien hasta ahora y debo confesarlo, no había oído nombrar.

El texto, es un breve análisis económico, demográfico e histórico de la estupidez humana que publicó en su libro "Allegro ma non troppo" de 1988. Si mi precario italiano no me falla, el titulo del libro donde está el ensayo, debe traducirse como: “Feliz, pero no demasiado”

Ellas me cuentan que no es su trabajo más formal, ni el mas serio, ni el que le dio más prestigio académico, pero después de no parar de reírme en las tres leídas que le he dado a sus verdades tan grandes como catedrales, me atrevo a hacer aquí una presentación somera de su contenido, en la confianza de pueda servir de aviso a ustedes sobre lo que encontraran y contribuir así al progreso del conjunto de la sociedad. Je, je, je, je.

El ensayo se llama: Las leyes fundamentales de la estupidez humana, en el, Cipolla plantea las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana:

  • La Primera Ley Fundamental: " Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo".
  • La Segunda Ley Fundamental: " La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona
  • La Tercera Ley Fundamental: " Una persona estúpida es una persona que causa daño a otra o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio".
  • La Cuarta Ley Fundamental: " Las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las personas estúpidas.
  • La Quinta Ley Fundamental: " La persona estúpida es el tipo de persona más peligroso que existe. El estúpido es más peligroso que el malvado".

Y establece las cuatro categorías fundamentales de personas

Los incautos

Los inteligentes

Los malvados

Los estúpidos

¿Leído el ensayo se aventurarían ustedes a tratar de ubicar nombres de personajes del ámbito internacional, nacional, local o de nuestro entorno laboral y domestico que podrían hacer parte de este vademécum? Lo he hecho varias veces y mi nombre no tarda en aparecer, lo cual por supuesto me remite a mi pregunta original y dolorosa: ¿soy estúpido?

He pasado varias pruebas de coeficientes de inteligencia con buenas calificaciones. Desafortunadamente, sé como funcionan estas pruebas y que estas nada demuestran.

Varias personas me han dicho que soy inteligente. Pero eso tampoco demuestra algo. Estas personas pueden ser tal vez muy consideradas como para decirme la verdad. O a la inversa, podrían estar intentando usar mi estupidez para sus propios fines ventajosos. O podrían ser tan estúpidos como yo.

Quedo con un pequeño asomo de esperanza: muy a menudo estoy intensamente consciente de cuan estúpido soy (o he sido). Y esto indica que no soy completamente estúpido.

He tratado de ubicarme en la matriz de Cipolla, utilizando lo más que sea posible resultados medibles de acciones, en lugar de opiniones, como un termómetro. Dependiendo de la situación, parece que deambulo alrededor del lado superior de la malla, entre las áreas H e I; pero en algunos casos quedo desesperadamente perdido en He. Tan solo deseo quedar ubicado en el lado derecho de la diagonal con tanta frecuencia como lo creo.

Después de tres lecturas al texto, me atrevo a proponerles a ustedes algunos corolarios adicionales a las cinco leyes fundamentales. Los insto a proponer otros:

  • En cada uno de nosotros hay un factor de estupidez, que siempre es más grande de lo que suponemos.
  • Cuando la estupidez de una persona se combina con la estupidez de otras, el impacto crece de manera geométrica --es decir, por multiplicación, no adición, de los factores individuales de estupidez.
  • La combinación de la inteligencia en diferentes personas tiene menos impacto que la combinación de la estupidez, porque (Cuarta Ley de Cipolla) " la gente no estúpida tiende siempre a subestimar el poder de daño que tiene la gente estúpida".

Como siempre, hasta otro envío de Leer Libera y a disfrutar pues.

Un abrazo,

Omar

PD. Quien desee el texto de Tabori, me cuenta y se lo mando.

El Autor: Carlo M. Cipolla (1922-2000)

Historiador italiano especializado en la historia de la economía. Nacido en Pavía, estudió en la Sorbona y en la London School of Economics. Empezó a trabajar en la Universidad de Catania, en Sicilia, pasando después por las universidades de Venecia, Turín, Florencia, Pavía y Pisa. En 1959 se incorporó a la Universidad de California en Berkeley donde permaneció hasta su retiro en 1991, como Profesor Emérito de Historia Económica.

Fue un autor prolífico, creativo y con diversidad de intereses. Su autoridad fue siempre reconocida en la historia económica, especialmente en la historia del dinero y de la población, pero trabajó también en la historia de la tecnología, la alfabetización y los sistemas sanitarios. Sus primeros estudios se centraron en la evolución de la moneda en el ámbito mediterráneo a finales de la edad media, destacando su libro Moneda, precios y civilización en el área mediterránea (1956). Posteriormente realizó notables contribuciones a las respectivas historias de la técnica, de la alfabetización y de los sistemas sanitarios. Obras significativas de estos temas fueron Hombres, técnicas, economía (1962), Educación y desarrollo en Occidente (1969), Contra el enemigo invisible (1985) y Miasmas y humores (1989). Muy interesado por la incidencia de la demografía en la economía, quizá sus trabajos más importantes fueron Historia económica de la población mundial (1962) e Historia económica de la Europa preindustrial (1974). También fue director de la monumental Historia económica de Europa (9 vols., 1972-1976). Entre sus últimos ensayos merece especial mención el titulado La odisea de la plata española (1999).

Obtuvo numerosos reconocimientos y honores, desde el doctorado honorífico en medicina por la universidad de su Pavía natal, hasta la membresía en la Royal Historical Society of Great Britain, la American Academy of Arts and Sciences, y la Accademia dei Lincei, a la que había pertenecido Galileo.

Tomado de:

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