domingo, 18 de marzo de 2007

Leer Libera: Entrega XVIII (Vivir para contarla)


Las entregas de este mes de Leer Libera, estarán dedicadas, como no, a las obras de Gabriel García Márquez. Ello, en virtud de sus 80 años y la cantidad de efemérides relacionadas con el, que se conjugan algunas en este mes de marzo de 2007.

La obra que les hago llegar ahora es una de sus mas recientes creaciones: “Vivir para contarla”. Donde, contado por su autor, tenemos un período de su vida que va desde el día de su nacimiento hasta los 29 años. Para muchos, esta es la primera parte de sus memorias. Y debe serlo, porque ya se anuncia un nuevo trabajo del mismo tenor y que supera las 800 paginas.

Es bueno conservar el poder de asombro para leer a Gabo. En este libro despliega años de su vida; el uso característico de su realismo mágico aparece sutilmente de una forma casual y normal. Sus recuerdos asombran también por la precisión histórica de algunos hechos de su país, huelgas, matanzas, políticas y sobre todo, su carrera como periodista que terminó en la de escritor nobel.

Este, es un libro atrapante; Gabo logra meterse por las sendas de una Colombia que tiene selvas, ríos fangosos y políticas nefastas. Pero además logra ir mostrando su familia y sus amigos, los pueblos donde pasó su niñez, Sincé-Sucre entre ellos, y allí aparecen los personajes famosos que, los que lo admiramos, recordaremos siempre: El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de Soledad, El otoño del patriarca, Relatos de un náufrago, Ojos de perro azul, La hojarasca, El amor en los tiempos del cólera y muchos de sus cuentos.

El tan mentado realismo mágico, por los críticos literarios parece que pierde esa categoría y se hace mucho más realista que ficcional. Por otra parte este genial escritor retoma en su vida su forma casi periodística de escribir y recrea esta parte de su vida con una asombrosa memoria de personas y situaciones.

Particularmente no me gustaba García Márquez; hasta que leí dos de sus textos, para mi, los mejor escritos: El Coronel no tiene quien le escriba y El otoño del patriarca. En este último, García Márquez hace un ejercicio similar al que hace Saramago en muchas de sus obras: Escribe sin signos de puntuación que interrumpan el vértigo de la historia. En la novela de Gabo, sólo hay tres puntos aparte. Los signos de exclamación (o admiración, que es más destacable) y de interrogación no existen. Son las palabras las que valen, las que dan el ritmo, el énfasis. Leer así, es una maravilla.

Creo, esto es invento mío, que existe una búsqueda en ambos autores (no sé cuántos años de ventaja le lleva García Márquez a Saramago) de criticar la forma en que se escribe en estos tiempos. Desde ese momento me di a la tarea de leer todo lo que ha escrito García Márquez y cada día me agradan más sus textos.

Sin embargo, se que si bien hay personas que como yo, admiran sus escritos, existen otras que no lo soportan y cuestionan su posición política, que no viva en Colombia, que no regresó a Aracataca y un sinnúmero de etcéteras.

Por eso, como complemento de mis comentarios, les traigo dos posiciones distintas sobre este personaje: La primera, una editorial del Diario El Tiempo y la segunda, una columna de Ximena Gutierrez en el mismo Diario.

Con estos comentarios los dejo. Hasta al próxima entrega de Leer Libera. A disfrutar pues

Ciao

Omar

Editorial Diario El Tiempo.

Marzo 06 de 2007

Este niño de cuerpo de gorrión y ojos enormes y asustadizos que ocupa la portada de Vivir para contarla, el libro de memorias de Gabriel García Márquez, es el propio autor. Le tomaron el retrato cuando tenía pocos años de edad y resulta inevitable recordarlo como el más antiguo testimonio gráfico que conoce la gente sobre su vida. La escena fue montada en Aracataca, el polvoriento pueblo costeño donde nació, para un fotógrafo de los de cámara oscura y caballete. Por mágico que sea el mundo que luego él reconstruyó en sus cuentos y novelas -en particular Cien años de soledad-, resultaba difícil pensar que el hijo del telegrafista municipal iba a convertirse en una de las mayores glorias de la literatura española, a ganar un Premio Nobel y a representar una inyección de fe en un continente desmoralizado.

Producto de una extraña casualidad que alguno podría tildar como "macondiana", en este año 2007 se cumplen 25 del discernimiento del Nobel, 40 de la aparición de Cien años de soledad, 60 de su primer cuento y -exactamente hoy, 6 de marzo- 80 en la vida de García Márquez.

Son cuatro aniversarios memorables, que tendrán sucesivos festejos y celebraciones, una especie de jubileo garciamarquiano al que se sumarán gozosos lectores, instituciones y editores de todos los puntos cardinales. No han sido de soledad estas ocho décadas de Gabo. A diferencia de otros famosos autores que, como el novelista checo Franz Kafka, el poeta francés Francois Villon o el filósofo holandés Baruch Spinoza, no llegaron a disfrutar en vida de su gloria, García Márquez ha podido hacerlo hasta el cansancio. Esto último no es una simple frase. En 1968, cuando apenas comenzaba el apogeo de su obra maestra, era tanto el agobio al que lo sometían sus lectores, que solo acudía a ciertas fiestas si el anfitrión colgaba en la puerta el siguiente letrero: "Prohibido hablar de Cien años de soledad".

Los primeros capítulos de la biografía de García Márquez apuntaban a hacer de él un mal abogado o un buen periodista. Pero su talento desmesurado y su tenaz vocación, que lo lleva a escribir ocho horas al día en las condiciones que fueren, le marcan otro rumbo. Luego de pasar unos años en casa de sus abuelos, estudia becado en el Liceo Nacional de Zipaquirá. A partir de 1947 cursa Derecho en Bogotá, pero no lo termina. Ese año -hace 60- publica La tercera resignación, su primer cuento. En 1948 regresa a la Costa. Debuta como periodista en El Universal, de Cartagena, y en 1950 se marcha a vivir en Barranquilla, donde es columnista de El Heraldo.

Más tarde, otra vez en Bogotá, se vincula a El Espectador y viaja como corresponsal a Europa. Desde entonces, su vida transcurre en París, Caracas, Barcelona y, a partir de 1982, México, con esporádicas venidas a Colombia. En 1967 -hace 40 años- aparece Cien años de soledad, que lo dispara directamente a la fama, y en 1982 -hace 25- gana el Premio Nobel. Hoy es un ícono de la literatura mundial. Un grupo de intelectuales escogió hace pocos días a Cien años de soledad entre las 20 mejores novelas de la historia, en compañía de obras de Homero, Cervantes, Shakespeare, Tolstói, Proust y Joyce.

Aparte de sus celebrados méritos literarios, García Márquez tiene el muy importante de haber demostrado que el triunfo planetario no es monopolio de los ciudadanos de los países más desarrollados y poderosos. García Márquez ha sido el primer colombiano universal, pero otros lo han seguido. La política y el poder siempre le despertaron curiosidad. Por fortuna, nunca sucumbió a las tentaciones que el precario liderazgo político latinoamericano pretendió trasladar a los hombros de los míticos autores del boom. Aunque no oculta sus ideas de izquierda, nunca se ha negado a apoyar desde su posición de escritor una causa nacional que considere patriótica.

Si tuviera que escribir hoy sobre sí mismo, Gabo quizás empezaría de manera parecida a su breve autobiografía de 1962: "Yo, señor, me llamo Gabriel García Márquez... Nací en Aracataca (Colombia) hace 80 años y todavía no me arrepiento".

¡No me jodan más con ese Gabo!

XIMENA GUTIÉRREZ

Guarda silencio con la calamitosa situación de Cuba, pero no deja de sobarle chaqueta a Clinton.

Muchos años después, frente a un pelotón de 43 millones de seres casi 'fusilados' por la angustia de padecer el conflicto más antiguo del mundo, Colombia esperaba a su hijo ilustre para que, con la magia de sus palabras, regresara a trabajar por la paz que él promovió y todos soñamos. Pero ya Gabo -como se le conocía al patriarca- tenía renombre internacional y se refugiaba cómodamente en el extranjero. Igual que cuando se fue, su patria seguía siendo manejada por capataces, como si fuera una aldea macondiana en la que cada quien lanzaba piedras...¡blancas o enormes! -pero piedras al fin- que nos remitían a la prehistoria, con la falsa idea de no haber cometido el primer pecado.

Este es el país que en la distancia observa Gabriel García Márquez, después de haber tenido el valor de enfrentar, con argumentos proverbiales, las ideas contrarias a su pensamiento alternativo. Este es el país, paciente y solapado, que todavía no aprende a discutir ni a llamar las cosas por su nombre. Para señalarlas, lo hace con un arma de fuego. Este es el país que nuestro cumpleañero Nobel de Literatura no se atreve a visitar por temor a que, quizás, algún José Arcadio Buendía, soñador irredento y aventurero, se atreva a recordarle que prefirió mirar hacia otro lado y olvidarse de que, alguna vez, prometió apostarle a la paz, después de votar por su amigo Andrés Pastrana.

Advierto que jamás he restado importancia a la descomunal obra literaria de Gabo. Es más, de su existencia como escritor me enteré precisamente allá en el Colegio Eugenio Ferro Falla, de Campoalegre (Huila), mientras realizábamos -en su nombre- los llamados centros literarios, muchas veces sin tener la noción de su grandeza. Pero para ser sincera, quienes nos graduamos como bachilleres al empezar los 90, no hemos podido ver a ese hombre combativo que sí contemplaron los colombianos al finalizar los 80. El Gabo aquel que frenteaba y opinaba sobre nuestra situación fue absorbido por el poder, como si hubiera sido atraído por los 'inventos' del gitano Melquíades.

Mientras el país padece su propia crisis, el hombre guarda un silencio sepulcral en su cómoda mansión del D.F. mexicano. Entiendo que pudo haberlo frenado una delicada enfermedad, ya superada. Y hasta comprendo sus temores de venir a Colombia para sepultar a su propia madre, Luisa Santiaga Márquez. Pero también hay que valorar que en similares condiciones físicas, el Nobel portugués, José Saramago, va y viene, sale... ¡da la cara!, expresa sus opiniones. Nos ayuda a entender el mundo. Nos pone a pensar en un lenguaje sencillo, pero que llega a los jóvenes para comprender esto de las veleidades del poder y la política. ¿Por qué no lo hace Gabo?

Yo por lo menos no conozco cómo habla el Nobel, a quien tanto le hacen bulla los medios. Y quisiera escucharlo. Como escucho a Shakira -con sus 'Pies Descalzos'- cuando comparte con nuestra gente algunos de sus ingresos y construye obras sociales en la Costa Atlántica. O como oigo a Juanes y a Cabas con la defensa de los desvalidos. O como también, a veces, soporto al impotable Juan Pablo Montoya, que casi siempre tiene algún detalle con nuestro país. En realidad, no sé qué piensa Gabo de Colombia, pero sí tengo claro que desde aquellos tiempos remotos en que su amigo Tomás Eloy Martínez lo llevó a conocer un teatro en Buenos Aires, el hombre se refugió en su soledad.

Por eso no culpo al niño de la escuela bogotana de Cazucá, que lleva el nombre del cataqueño. El martes pasado, cuando cumplió 80 años de vida, un periodista del Canal RCN le preguntó a uno de los estudiantes cuál era la principal novela que había escrito Gabriel García Márquez. El espontáneo alumno de octavo grado no dudó en responder: La hija del mariachi. Tampoco culpo al guajiro Luis Aponte, que le cantó en la puerta de su casa en Ciudad de México, sin poder verle la cara. Igual que le sucedió en 1998 a los organizadores del Festival de Arte de Cali, quienes le realizaron un homenaje de mariposas amarillas, pero quedaron pálidos de la rabia porque tampoco llegó.

Hoy, solo tengo referencia de un Gabo que nos dejó embalados con su promesa de no volver a España como rechazo a la visa impuesta por la madre patria. Un Gabo que guarda silencio con la calamitosa situación de Cuba por su amor filial al Comandante Fidel, pero que no tiene recato para sobarle chaqueta a 'Bill' Clinton. Supe que a raíz del escándalo sexual del entonces presidente de E.U. con Mónica Lewinski, Gabo lo calificó como "un raro ejemplar de la especie humana que debió malversar su destino histórico solo porque no encontró un rincón seguro donde hacer el amor". Lo más triste es que él tampoco ha encontrado su rincón seguro para volver a Colombia, visitarnos de vez en cuando y no dejar en el exterior ese tufillo de que este país es un cagadero. Y que aquel que llega aquí, no vive para contarlo.

¡No me jodan más con ese Gabo!

XIMENA GUTIÉRREZ