miércoles, 31 de agosto de 2016

Todo hijo es padre de la muerte de su padre

"Hay una ruptura en la historia de la familia, donde las edades se acumulan y se superponen y el orden natural no tiene sentido: es cuando el hijo se convierte en el padre de su padre.
Es cuando el padre se hace mayor y comienza a trotar como si estuviera dentro de la niebla. Lento, lento, impreciso.
Es cuando uno de los padres que te tomó con fuerza de la mano cuando eras pequeño ya no quiere estar solo. Es cuando el padre, una vez firme e insuperable, se debilita y toma aliento dos veces antes de levantarse de su lugar.
Es cuando el padre, que en otro tiempo había mandado y ordenado, hoy solo suspira, solo gime, y busca dónde está la puerta y la ventana - todo corredor ahora está lejos.
Es cuando uno de los padres antes dispuesto y trabajador fracasa en ponerse su propia ropa y no recuerda sus medicamentos.
Y nosotros, como hijos, no haremos otra cosa sino aceptar que somos responsables de esa vida. Aquella vida que nos engendró depende de nuestra vida para morir en paz.

Todo hijo es el padre de la muerte de su padre.

Tal vez la vejez del padre y de la madre es curiosamente el último embarazo. Nuestra última enseñanza. Una oportunidad para devolver los cuidados y el amor que nos han dado por décadas.
Y así como adaptamos nuestra casa para cuidar de nuestros bebés, bloqueando tomas de luz y poniendo corralitos, ahora vamos a cambiar la distribución de los muebles para nuestros padres.

La primera transformación ocurre en el cuarto de baño.
Seremos los padres de nuestros padres los que ahora pondremos una barra en la regadera.
La barra es emblemática. La barra es simbólica. La barra es inaugurar el “destemplamiento de las aguas”.
Porque la ducha, simple y refrescante, ahora es una tempestad para los viejos pies de nuestros protectores. No podemos dejarlos ningún momento.
La casa de quien cuida de sus padres tendrá abrazaderas por las paredes. Y nuestros brazos se extenderán en forma de barandillas.

Envejecer es caminar sosteniéndose de los objetos, envejecer es incluso subir escaleras sin escalones.
Seremos extraños en nuestra propia casa. Observaremos cada detalle con miedo y desconocimiento, con duda y preocupación. Seremos arquitectos, diseñadores, ingenieros frustrados. ¿Cómo no previmos que nuestros padres se enfermarían y necesitarían de nosotros?
Nos lamentaremos de los sofás, las estatuas y la escalera de caracol. Lamentaremos todos los obstáculos y la alfombra.

Feliz el hijo que es el padre de su padre antes de su muerte, y pobre del hijo que aparece sólo en el funeral y no se despide un poco cada día.

Mi amigo Joseph Klein acompañó a su padre hasta sus últimos minutos.
En el hospital, la enfermera hacía la maniobra para moverlo de la cama a la camilla, tratando de cambiar las sábanas cuando Joe gritó desde su asiento:
- Deja que te ayude.
Reunió fuerzas y tomó por primera a su padre en su regazo. Colocó la cara de su padre contra su pecho. Acomodó en sus hombros a su padre consumido por el cáncer: pequeño, arrugado, frágil, tembloroso. Se quedó abrazándolo por un buen tiempo, el tiempo equivalente a su infancia, el tiempo equivalente a su adolescencia, un buen tiempo, un tiempo interminable.
Meciendo a su padre de un lado al otro.
Acariciando a su padre.
Calmado el su padre.
Y decía en voz baja:
- Estoy aquí, estoy aquí, papá!

Lo que un padre quiere oír al final de su vida es que su hijo está ahí".

Tomado de: Fabrício Carpinejar "Todo filho é pai da morte de seu pai" 
versión al español Zorelly Pedroza.

jueves, 25 de agosto de 2016

Fragmentos de amor furtivo (fragmento)

A propósito del reciente estreno en las salas colombianas de Fragmento de amor, película protagonizada por los actores   @Angeliquebox y @joseangelbichir coproducida por @64aFilms y #OneFilmCorporation,  quise compartir con ustedes un breve fragmento del Libro de @hectorabadf “Fragmentos de amor furtivo” para que se motiven a leer el texto y por supuesto a ver la película y de paso disfrutar del simpático cameo del autor. 


" ¿De qué hablaba Susana? Así como a los gastrónomos les encanta hablar de comida mientras comen, y además, de sobremesa, comentar no sólo lo que acaban de comer sino también los platos corrientes, maravillosos o exóticos que alguna vez probaron, así mismo, a Susana, de sobrecama, le encantaba hablar de sexo y relatar a Rodrigo tanto lo que acababa de sentir como lo que había sentido otras veces en los brazos de sus amantes del pasado. Susana quería que Rodrigo la conociera toda, entera, totalmente desnuda y con todos sus recuerdos, con todas las dichas y desdichas de su vida amorosa.

Los cuentos de Susana eran inagotables; noche a noche era capaz de empezarle una historia que se cerraba o que dejaba en punta para terminar después, otro día. Y tenía el poder de ocupar, de copar los pensamientos de Rodrigo con sus cuentos. Lo torturaban pero también lo apasionaban los interminables capítulos de su educación sentimental en la cama. No sólo en la cama: también en la playa, en el agua (dulce y salada), en hamacas, jergones, prados, tapetes, duro suelo, ramas de árboles, baños, armarios, despensas, sofás, poyos de cocina, quicios de puerta, descansos de escalera, marcos de ventana.

Tal vez había algo masoquista en el comportamiento de Rodrigo. Esas historias de Susana, que eran recuerdos, historias verdaderas vividas por ella, lo apasionaban y al mismo tiempo lo aterrorizaban. Tenía un sentimiento ambivalente. Se sentía, al mismo tiempo, curioso y feliz de descubrir los secretos de Susana, pero también inseguro. Para intentar dominar tanta información desperdigada en noches de relatos sucesivos, para intentar despejar cualquier mentira, cualquier inexactitud o incoherencia, Rodrigo resolvió convertirse en el amoroso notario de sus intimidades. Todos los días desde este tercer día, al volver a su casa, ya en la madrugada, sacaba un cuaderno y hacía una especie de acta o memorial de las palabras de la noche. Un diligente y detallado memorándum de lo que Susana iba diciendo.

Lo agobiaba una curiosidad casi malsana que lo llevaba a pedirle (disimuladamente) detalles, más detalles. Querer saber la verdad es una de las perversiones del amor, dijo un celoso. Y Rodrigo quería saber la verdad, saberlo todo, todo. A veces la angustia —que disimulaba ante ella, por temor a que se callara— se le volvía insoportable; sudaba, sentía que la sangre se le estancaba en la cabeza, creía que no iba a ser capaz de seguir oyendo, se veía ya dejado a un lado, reemplazado en el cuerpo y en el corazón de Susana por cualquiera de sus amantes malos, pésimos, óptimos, maravillosos, únicos, extraordinarios. Confundía los tiempos: todo el pasado de Susana se le convertía en futuro. Si los humanos estamos condenados a repetirnos, pensaba, lo vivido no es más que un anuncio del porvenir. Resolvía entonces que tenía que dejar de verla, así fuera a costa de parar los relatos. Pensaba en enviarle una nota de ruptura definitiva, en hacerle una llamada de corte radical, en hacer una ultimísima visita de despedida. Pero no era capaz. "


Héctor Abad Faciolince