domingo, 2 de octubre de 2016

Sobre la paz, la tolerancia y el respeto.

Ahora que truenan graves amenazas sobre la estabilidad de nuestro país, surge el anhelo colectivo por la paz, que unos buscan a través de una fuerte justica punitiva y otros con un hacer borrón y cuenta nueva y otros sencillamente permanecen indiferentes frente a los hechos.
Son pocos, sin embargo, los que van más allá y comprenden que la paz hay que conquistarla primero en uno mismo. La paz social está aún muy lejana y sólo se producirá cuando el corazón de los hombres se sosiegue en el equilibrio de sus pasiones, casi siempre mezquinas.
La paz es algo más que ausencia de guerra. La paz es una virtud. La paz es un estado mental. Es una experiencia individual en la que la conciencia se sitúa en el centro de sí misma tras trascender las tempestades de la mente. Es el ojo del huracán. La paz es la disposición al amor, a la honestidad y a la confiabilidad. La paz empieza en nosotros mismos y en esta existencia moderna es habitual olvidarnos de que ese estado de tranquilidad empieza en nuestro interior y desde ahí se refleja fuera.
No es suficiente gritar en las calles, ni llevar calcomanías, ni postear cometarios desobligantes, e imágenes en la redes sociales para detener la ley inexorable de la relación causa-efecto. Todo buen pacifista debe comprender claramente que la causa última que arrastra a los hombres al conflicto, al enfrentamiento y, finalmente, a la guerra es el egoísmo y sus secuelas, la intolerancia, el orgullo y la ambición.
La paz social, hoy, parece una utopía. No lo es, sin embargo, la paz individual, como no lo ha sido nunca. A lo largo del proceso de evolución de la humanidad ha habido hombres y mujeres que han logrado situar su conciencia en ese ojo del huracán de las pasiones humanas. En nuestra cultura se les conoce como santos, vocablo derivado, en última instancia, del sánscrito Shanti, que quiere decir paz. Fueron hombres que lograron la paz y a quienes las bárbaras acciones de sus contemporáneos no lograron encender.
En nuestros días, la dinámica de los acontecimientos ha desbordado todo control y nos arrastra vertiginosamente. El ominoso fragor de la cascada retumba cada vez más cercano.
Es, pues, el momento de que los amantes de la paz miren hacia adentro y descubran que esta vive en sus corazones y no en las calles, ni en los muros o timelines de sus redes sociales
No debe ser el terror a los horrores de la guerra la fuerza que mueva el ánimo de los pacifistas, sino la constatación y el deseo de compartir una experiencia interior que ellos ya poseen.
Del mismo modo que el resplandor de la luna es un reflejo de la luz del sol, la paz externa es solamente un reflejo de la paz interna. Para que un árbol crezca es preciso alimentar su raíz. No tiene objeto mojar, una a una, todas sus hojas. Del mismo modo, si queremos extender la paz en nuestro país,  de nada servirá crear un orden artificial externo, sino que se impone establecerla primero en las mismas raíces del individuo. No hay que olvidar que la semilla que hoy sembraremos, será el fruto que mañana recojamos.
La paz hay que conquistarla dentro, no fuera. Los verdaderos enemigos de la paz son las pasiones, la cólera, la avaricia, la ambición, los deseos, la envidia, el orgullo, la mezquindad, los celos y el irrespeto que empujan constantemente al hombre a acciones violentas, cegándole a toda razón.
Por supuesto que hay que trabajar y contribuir al desarrollo de la sociedad. La diferencia está en hacerlo con una mente en calma o con el desasosiego y la inquietud de quien acumula tensiones y agresividad. 
La paz es un atributo divino, espiritual. Es una cualidad que reside en lo más profundo de nuestro ser.
Todo el mundo desea la paz y la reclama. Pero ésta no llega fácilmente. E incluso, cuando lo hace, no dura mucho tiempo.
Nada puede proporcionarte la paz sino tú mismo. Nada puede proporcionarte la paz sino la victoria sobre tu ser inferior, el triunfo sobre tus sentidos y tu mente, sobre tus deseos y tus anhelos. Si no tienes paz dentro de ti mismo, es inútil que la busques en los objetos y fuentes externas y mucho menos se la reclames a los otros.
La paz es la posesión más necesaria de esta tierra. Es el mayor tesoro en todo el universo. La paz es el factor más importante e indispensable para todo crecimiento y desarrollo. 
Refórmate a ti mismo y la sociedad se reformará por sí sola. Empieza hoy por respetar las decisiones de tus amigos y familiares sobre el plebiscito por la paz. Comprende que la riqueza de una familia, de un país, de una sociedad está en la diferencia. Tengo amigos y familiares muy queridos que el día de hoy votarán por el SI, otros también muy queridos lo harán por el NO y algunos otros se abstendrán. Sin embargo todos ellos tienen claro mi afecto incondicional y mi respeto absoluto por su decisión, aun cuando sea distinta de la mía.
Prefiero ACEPTAR Y RESPETAR en lugar de TOLERAR. La tolerancia es una palabra pretenciosa, arribista que conlleva la idea de superioridad frente al otro.
Respetar es aceptar que el otro tiene otras metas, otras inquietudes, otras necesidades, otras prioridades, además de otro acervo cultural, otra ideología. Y que sus opiniones, decisiones, inquietudes y cultura son tan válidas como la nuestra.
Tolerar, por el contario, es permanecer en una lucha continua, entre lo que pensamos que está mal en el otro, y lo que debemos “defender” en nuestra vida ante el otro.
Es preferible cambiar la tolerancia, por la aceptación y el respeto total y pleno de la diversidad que hay en los demás. Respetar las diferencias, aprender de las diferencias, crecer gracias a las diferencias. Siempre es mejor decir o escuchar: “Yo te respeto” a decir o escuchar: “Yo te tolero”
Comencemos entonces recordando que el gran principio de la sabiduría es aceptar, respetar y comprender que hay otras opiniones y otros puntos de vista. Solo así construiremos de verdad, una paz estable y duradera.