Ahora
que truenan graves amenazas sobre la estabilidad de nuestro país, surge el
anhelo colectivo por la paz, que unos buscan a través de una fuerte justica
punitiva y otros con un hacer borrón y cuenta nueva y otros sencillamente permanecen
indiferentes frente a los hechos.
Son pocos, sin embargo, los que van más
allá y comprenden que la paz hay que conquistarla primero en uno mismo. La paz
social está aún muy lejana y sólo se producirá cuando el corazón de los hombres
se sosiegue en el equilibrio de sus pasiones, casi siempre mezquinas.
La paz es algo más que ausencia de
guerra. La paz es una virtud. La paz es un estado mental. Es una experiencia
individual en la que la conciencia se sitúa en el centro de sí misma tras
trascender las tempestades de la mente. Es el ojo del huracán. La paz es la
disposición al amor, a la honestidad y a la confiabilidad. La paz empieza en
nosotros mismos y en esta existencia moderna es habitual olvidarnos de que ese
estado de tranquilidad empieza en nuestro interior y desde ahí se refleja
fuera.
No
es suficiente gritar en las calles, ni llevar calcomanías, ni postear
cometarios desobligantes, e imágenes en la redes sociales para detener la ley
inexorable de la relación causa-efecto. Todo buen pacifista debe comprender
claramente que la causa última que arrastra a los hombres al conflicto, al
enfrentamiento y, finalmente, a la guerra es el egoísmo y sus secuelas, la
intolerancia, el orgullo y la ambición.
La paz social, hoy, parece una utopía.
No lo es, sin embargo, la paz individual, como no lo ha sido nunca. A lo largo
del proceso de evolución de la humanidad ha habido hombres y mujeres que han
logrado situar su conciencia en ese ojo del huracán de las pasiones humanas. En
nuestra cultura se les conoce como santos, vocablo derivado, en última
instancia, del sánscrito Shanti,
que quiere decir paz. Fueron hombres que lograron la paz y a quienes las
bárbaras acciones de sus contemporáneos no lograron encender.
En nuestros días, la dinámica de los
acontecimientos ha desbordado todo control y nos arrastra vertiginosamente. El
ominoso fragor de la cascada retumba cada vez más cercano.
Es, pues, el momento de que los amantes
de la paz miren hacia adentro y descubran que esta vive en sus corazones y no
en las calles, ni en los muros o timelines de sus redes sociales
No debe ser el terror a los horrores de
la guerra la fuerza que mueva el ánimo de los pacifistas, sino la constatación
y el deseo de compartir una experiencia interior que ellos ya poseen.
Del mismo modo que el resplandor de la
luna es un reflejo de la luz del sol, la paz externa es solamente un reflejo de
la paz interna. Para que un árbol crezca es preciso alimentar su raíz. No tiene
objeto mojar, una a una, todas sus hojas. Del mismo modo, si queremos extender
la paz en nuestro país, de nada servirá
crear un orden artificial externo, sino que se impone establecerla primero en
las mismas raíces del individuo. No hay que olvidar que la semilla que hoy
sembraremos, será el fruto que mañana recojamos.
La paz hay que conquistarla dentro, no
fuera. Los verdaderos enemigos de la paz son las pasiones, la cólera, la
avaricia, la ambición, los deseos, la envidia, el orgullo, la mezquindad, los
celos y el irrespeto que empujan constantemente al hombre a acciones violentas,
cegándole a toda razón.
Por supuesto que hay que trabajar y
contribuir al desarrollo de la sociedad. La diferencia está en hacerlo con una
mente en calma o con el desasosiego y la inquietud de quien acumula tensiones y
agresividad.
La paz es un atributo divino, espiritual.
Es una cualidad que reside en lo más profundo de nuestro ser.
Todo el mundo desea la paz y la reclama.
Pero ésta no llega fácilmente. E incluso, cuando lo hace, no dura mucho tiempo.
Nada puede proporcionarte la paz sino tú
mismo. Nada puede proporcionarte la paz sino la victoria sobre tu ser inferior,
el triunfo sobre tus sentidos y tu mente, sobre tus deseos y tus anhelos. Si no
tienes paz dentro de ti mismo, es inútil que la busques en los objetos y
fuentes externas y mucho menos se la reclames a los otros.
La paz es la posesión más necesaria de
esta tierra. Es el mayor tesoro en todo el universo. La paz es el factor más
importante e indispensable para todo crecimiento y desarrollo.
Refórmate a ti mismo y la sociedad se
reformará por sí sola. Empieza hoy por respetar las decisiones de tus amigos y
familiares sobre el plebiscito por la paz. Comprende que la riqueza de una
familia, de un país, de una sociedad está en la diferencia. Tengo amigos y
familiares muy queridos que el día de hoy votarán por el SI, otros también muy
queridos lo harán por el NO y algunos otros se abstendrán. Sin embargo todos
ellos tienen claro mi afecto incondicional y mi respeto absoluto por su decisión,
aun cuando sea distinta de la mía.
Prefiero ACEPTAR Y RESPETAR en
lugar de TOLERAR. La tolerancia es una palabra pretenciosa, arribista que
conlleva la idea de superioridad frente al otro.
Respetar es aceptar que el otro tiene otras metas,
otras inquietudes, otras necesidades, otras prioridades, además de otro acervo
cultural, otra ideología. Y que sus opiniones, decisiones, inquietudes y
cultura son tan válidas como la nuestra.
Tolerar, por el contario, es permanecer en una lucha
continua, entre lo que pensamos que está mal en el otro, y lo que debemos
“defender” en nuestra vida ante el otro.
Es preferible cambiar la tolerancia, por la aceptación y el
respeto total y pleno de la diversidad que hay en los demás. Respetar las
diferencias, aprender de las diferencias, crecer gracias a las diferencias.
Siempre es mejor decir o escuchar: “Yo te respeto” a decir o escuchar: “Yo te
tolero”
Comencemos
entonces recordando que el gran principio de la sabiduría es aceptar, respetar
y comprender que hay otras opiniones y otros puntos de vista. Solo así
construiremos de verdad, una paz estable y duradera.